miércoles, octubre 18, 2006

Proteccionismos


Leyendo un tratado de arquitectura (de Bruno Zevi, para ser más exactos) surgió, a raíz, creo recordar, de su análisis sobre la arquitectura romana... una reflexión en la que, sin duda, coincido: los proteccionismos académicos para con las diferentes ramas artísticas (suena bien sí).

Esto viene a decir que, tomando los parámetros fundamentales de este o aquel movimiento, podemos establecer en base a éstas las líneas directrices de éste o aquél autor. Total... que si decimos que todos los románticos son azules, lord Byron, en cuanto romántico, es azul (mi afición por los silogismos y las formas lógicas del pensamiento me llevarán a la inanición mental un día de éstos). Estos denominados "proteccionismos" sirven en gran medida para la "excelente" labor didáctica de algunos de nuestros profesores (todos los recordamos, sí, ahora sabemos que no tenían mucha más idea que nosotros, o incluso menos, en muchos casos). La labor institucional para con el alumno consiste en darle unas bases y luego, tirarlo al río (lo cierto es que poco importa, estará pronto trabajando en un taller clandestino, en uno de los múltiples y posibles casos). Pronto olvidará las etiquetas de romántico y su máxima noción del movimiento le llevará a hacer una cena con velitas en el mejor de los casos posibles (por cierto, tiene que ver la confusión, ya que en el momento del auge del movimiento, las roman, novelas en francés, tenían un claro carácter sentimental).

Pero lo peor viene cuando el individuo en cuestión no ha terminado clavando chinchetas o arreglando puertas. Hay algunos de estos esforzados alumnos que, no estando contentos con su futuro, se afanan en el saber y logran una sabiduría que envidiaría el mismo Heráclito (sí, es un chiste): logran conocer todas las etiquetas y asociar los nombres con dichas etiquetas (incluso han leído las contraportadas de los libros más populares). Éstos (ironía arriba ironía abajo) se convierten en los sabios de la actualidad, los "creadores de opinión", son aquellos a los que escuchamos embelesados y sus palabras se perfilan y nos llenan de magia.

Sí, estos señores devoran (a veces literalmente) recopilaciones y explican los autores rellenando los pequeños huecos que estos proteccionismos han ido dejando. Algunos de ellos, lo reconozco, no son tan estúpidos como planteo en estas líneas, sino que logran, entre estas vagas etiquetas, entresacar las características más adecuadas para determinado artista. Incluso hay algunos de ellos que logran evadirse de la etiqueta y "analizar" (horrible palabra) el momento.

Hasta aquí, más o menos, todo bien. El problema se inicia cuando estos tipos adquieren el sublime momento de sabiduría e iluminación y pronuncian las palabras ante el Sanedrín: "Tengo que comer". Bien, necesidades básicas, amigos míos. Total... que escriben libros aglutinando todo su saber y, para ello, recurren a las interpretaciones preestablecidas (dícese, volviendo a los proteccionismos) para hacer la labor de comprensión del texto más sencilla.

Total que, como en una pocilga, los excrementos vuelven al sacrosanto lugar del que no debieron salir. Los niños tienen esos fantásitcos y nunca bien ponderados "libros de texto" que dicen sólo una parte de la verdad o que, en otros casos, mienten más que hablan (y luego critican el fútbol). ¿Por qué? Porque, señores (y he aquí la peor de las conclusiones, parafraseando a Leibniz), el Leviatán se alimenta de las mentiras, y necesita de ciudadanos mal-informados para continuar su reinado.

Los eruditos y figuras intelectuales son, así, los principales responsables de esta continua mentira, de este "saber por interés".

Quizá podamos poner como principal causante de este mal (del que nos costará librarnos) sea esa disciplina mal-interpretada a la que llaman historia que parece decirnos que cualquier tiempo pasado fue más cruel que el actual e, incluso, carecían de necesidades tan básicas como un mando a distancia (si es que ya lo decía el sabio, eran unos bárbaros).

Pero quizá no sea la historia la verdadera culpable de este desastre cultural, si bien es cierto que, por regla básica, dota de los elementos causantes del desaguisado (las etiquetas que tanto se han dado en usar en historia). Esta "visión histórica" del arte es más bien heredera del uso que hace la "clase" política (lo de clase va son sorna, sí) del elemento artístico. La política requiere de esta visión histórica para justificar sus deplorables actuaciones (diciendo que en el pasado todo iba peor parecen lavar su imagen, "vivir para ver"). Por tanto, la historia, que, en principio, se erigía como la guardiana y máxima figura del saber, se convierte en un instrumento político (como el arte), siendo empleada en beneficio de la clase política.

Como muchos habrán podido comprobar (sí, lo de muchos es otro chiste) no soy lo que podría llamarse "un demócrata", ya que considero la democracia actual como una burla a todo sistema que tenga como base la libertad. Creo que, y ahora me permito hablar en primera persona, todo sistema que atente contra la libertad del individuo está en vías de extinción y es el propio individuo el que tiene que levantar la voz contra este sistema. Lo hacen bien, vamos a reconocerlo, el propio Leviatán (sistema político democrático) controla las vías mediáticas y coarta las actuaciones ciudadanas hasta convertirlas en una ecuación sencillas en la que el Estado permite controlar los comportamientos del individuo mediante breves fórmulas. Nadie se sale del papel.

El Estado ha cortado las vías de expresión y cada individuo opina lo que el Estado quiere que opine sobre este o cual tema (lo hacen de diferentes formas, a cual más sutil, sí, es otra ironía). El cambio ha sido que ya no nos dicen lo que tenemos que pensar (he aquí el gran engaño y el éxito del sistema al que llaman "liberal") sino sobre qué tenemos que pensar. Si plantean una guerra contra unos señores de piel oscura y los medios filtran las noticias que no digan "los de piel oscura han matado a tantos de piel más blanca", nuestra lógica silogísica pronto funcionará y nos dirá: ¡Pero qué malos son los señores de piel oscura! Sí, está claro, nos han dejado elegir qué pensar, pero no han dado todos los datos para poder pensar libremente, he aquí la gran mentira de este nuestro traicionero valedor.

Tampoco nos llevemos a engaño: esto siempre ha sido así, y a la gran masa del proletariado poco le ha importado las doctrinas políticas o los cambios históricos, incluso poco le ha importado su libertad. He aquí su lema, el que siempre será: "Tengo que comer". Sí, es el máximo lema de la actualidad, en el que nadie posee nada y hasta los más poderosos sienten el hondo temor de poder perderlo todo a cada segundo, y claro... "todos tenemos que comer". Sí, nuestro Leviatán (porque lo hemos criado con el sudor de nuestras frentes y nuestra falta de moral) nos controla, pero no hacemos nada por escapar de sus fauces.

Hemos entrado en un círculo vicioso tan largo como nuestra serpiente marina, es el fantasma que se muerde la cola. Nos decimos, "nada puedo hacer", "es imposible"... ¿Quién habla? Dijo el Leviatán.

No soy demócrata, soy un hombre que cree en el ser humano, por encima de leyes y estados, por encima de falsas convenciones y muy por encima de la moral tradicional. Soy aquél que, más allá del tiempo, sueña con hombres libres.

domingo, octubre 01, 2006

Leviatán


Se habla de esperanza y de democracia, de que la sociedad ha llegado al límite de sus, digamos, fuerzas filosóficas o creativas, mientras que un mundo en “ascenso” se desmorona.

Sí, hermanos, sobre las cenizas de Roma se erigieron imperios nuevos, y sobre las ruinas de los siglos nacieron individuos capaces de cambiar el curso de una historia recreada.

Echando un rápido vistazo a la historia y, sobre todo, a sus intérpretes más aventajados (lo que, desde luego, no les confiere calidad de “personas”) observamos diferentes modos de interpretar el flujo de los acontecimientos. Están aquellos que creen en las ideas como motor de los aconteceres (los llaman idealistas, en un principio sin el carácter claramente menospreciativo que ha adquirido hoy la palabra); también están los marxistas (intérpretes económicos de la historia); los demócratas (que creen que el mundo ha esperado siglos hasta que se ha consumado, como diría Leibniz, “el más perfecto de los mundos”). Hay cientos, incluso los hay que interpretan los aconteceres de acuerdo a recetas gastronómicas y juegos del lenguaje.

Dentro de todas estas tendencias viene a predominar la marxista-democrática (dícese, que las masas “bien-pensantes”, siempre preocupadas por pagar hipotecas, son las precursoras de los grandes movimientos históricos). ¿Verdad o falacia gubernamental? Ya hablaba Hobbes de ese gracioso animalito llamado Leviatán (alejado de la raíz religiosa del gracioso pececillo en cuestión): Es un gran devorador que tiene que consumir muchos recursos (como un mal sistema operativo) y se alimenta de lo que los ciudadanos, gracias a ese lema de “Hacienda somos todos”, aportan “voluntariamente”. Sí, señores, este Estado-Leviatán de Hobbes se hace cada día más grande, y ha engordado hasta alcanzar proporciones sobre-marítimas, tiene grandes fauces y da un miedo terrible, de tal manera que los buenos ciudadanos (buenos marinos todos) ni siquiera se atreven a adentrarse en los confines del mar.

La leyenda del Leviatán tiene también su contrario: Beemoth. Dice el cuentecito (supongamos que en el Talmud) que será éste el encargado de terminar con el Leviatán. Pero son dos grandes bestias, y no puede fiarse Dios de este segundo monstruo, creado sólo para terminar con el Leviatán. Sí, hermanos: metáforas. Como dijo el bíblico poeta (nótese mi ateísmo de facto): Quien tenga oídos, que entienda.

Nuestro Leviatán se llama Estado, y gracias a este invento para confundir a estúpidos mal llamado “democracia”, tiene unas fauces cada día más poderosas. El Leviatán, incluso, ha alcanzado la sacrosanta capacidad de observar nuestros movimientos, de decirnos qué pensar bajo la sutil amenaza del silencio (ya lo decía Noelle Neumann).

Nuestro Leviatán no está creado por los políticos, pero estos le sirven y obtienen los despojos del monstruo, como esos parásitos que rodean a ciertos mamíferos. No nos engañemos, señores: El Leviatán es el espíritu de nuestro miedo y nuestro más temible conservadurismo. Sí, hemos llegado al más perfecto de sus mundos, un mundo en el que vivimos de despojos y, para colmo, estamos saciados en nuestra mendicidad.


Las masas arguyen incapacidad para enfrentarse a este monstruo pero, a la vez, muestran su estúpida fuerza en manifestaciones sin sentido. Se manifiestan y, así, juntos en hermandad, logran olvidar la gran mentira que es la razón de sus vidas: la miseria. Mientras, culpan a los esbirros del gran Leviatán de los pecados del mundo, esperando que, tras la sustitución de los sirvientes la corrupción cese. Sí, maravillas del bipartidismo, dentro de cuatro años volverán los antiguos esbirros.

El Leviatán no tiene moral, sólo encontrar las copiosas cantidades de alimento diario que necesita para subsistir. Su estómago no tiene fin, alimentémosle hasta que reviente su estómago... ¿tendrá fondo? Sí, ésta parece ser nuestra filosófica resolución.


En un mundo en el que el papel de Aquiles ha dejado de tener sentido, sólo la masa tiene fuerza. Confiemos en ella para derrotar al Leviatán, juntos, unidos en la estupidez. ¿Quién quiere derrotarlo?

Así, hermanos, como diría Alex, hemos vendido nuestra libertad a cambio de un plato de lentejas, de una comodidad mal entendida y malvendido el espectro de nuestro padre rey, verdadero pasado. Hubo un tiempo en el que nuestras conciencias no podrían soportar el peso de una muerte, un tiempo en el que, alejados del mundo, los hombres producían monólogos. Hubo un tiempo en el que un Hamlet libre, perverso ahora, era capaz de preguntar por la esencia de la crueldad y el pecado del hombre.

Ahora, esclavos, nos hemos liberado al fin de la capacidad de pecar, porque hemos entregado al Leviatán la llave de nuestra libertad. Ahora, por fin, nacemos incapaces de pecar: el Leviatán nos ha liberado.