martes, junio 05, 2007

Literaturas 2.0

A veces ya he referido a Internet como el invento más importante desde ése de Gutenberg. Esta mañana (ya se sabe, lunes, entre que actualizo mi gentoo y demás al final me paso toda la mañana descubriendo “cosillas nuevas”) he echado un ojo a eso de la web 2.0. Páginas como barrapunto.com o meneame.net funcionan siguiendo un sistema de votos (en algunas ocasiones llamado “karma”). A partir de ahí el usuario se integra, poco a poco, en una especie de comunidad global (Woody Allen sacaría ahora a Mashall McLuhan de entre el público, pero me parece que me he quedado sin presupuesto para ello) que le llevará a la fama, la fortuna y la gloria (qué miedo).

Ironías aparte, parece que la llamada “Web 2.0” serviría como epicentro ideológico de un mundo electrónico interconectado, en una nueva forma de conocimiento global que se diversifica a medida que los enlaces y los nuevos métodos de programación dinámica evolucionan (con frases como ésta parece hasta que entiendo de qué estoy hablando).


Cuando comenzaba internet ya se veía como una forma de gran potencial (demasiado, decían algunos). La gran masa de personas a la que una sola noticia o comentario es, simplemente, impresionante. Millones de personas pueden acceder a un texto sin paso por ninguna autoridad competente que haga de censor.

Hasta ahora (ahora es cuando suenan acordes funestos).

En España se escuchan ecos de algunas otras voces que claman como una censura sobre la red. Algunos dicen (si es que el sentido del humor nunca dejará de existir) que los escritores de la red, ahora los llaman bloggers, tendrían que auto-censurarse (yo ya he comprado mi látigo, ¿y tú?). Los ecos hablan de un filtro que distinga lo bueno de lo malo, y que el sistema electrónico de selección de contenidos (basado en parámetros puramente matemáticos cuantificados según el interés OBJETIVO) es malo y habría que revisarlo. ¿Por quién? Clara está la respuesta: por esos ecos interesados que incluso, a veces, tienen incluso rostro y una sede diseñada por algún famoso arquitecto.


Cuando surgió internet la vi como una manera directa de dar a conocer al público mis escritos. El tiempo ha pasado y ahora la veo la única manera lícita de dar a conocer los escritos. ¿Una editorial clásica? Sí, si viviésemos en el siglo XVIII. El papel, como los coches de caballos, está dejando paso al formato electrónico (si bien es cierto que se hace más cómodo leer en papel, por ello las editoriales aún mantendrán cierta cuota de mercado durante algunos años).

Pero el ascenso al poder de la red es imparable. Como los caballos quedaron como un objeto de lujo, sólo para uso lúdico, así también el papel dejará poco a poco (ya lo está haciendo) paso a un sistema de comunicación mucho más directo, participativo y casi inmediato.

Si echamos un ojo a las últimas novedades editoriales españolas nos encontramos con el nada desdeñable precio de 20 euros por libro (amén de cierta dudosa, cuanto menos, calidad literaria). Teniendo en cuenta que nos entretendrá una semana, que lo leeremos gratificantemente frente a la chimenea al lado de nuestro galgo con la pipa entre nuestros dientes... No es mucho, no, sobre todo si tenemos coñac al lado y una buena doncella para servirlo. Además, sólo es un libro.

Pues bien, y hablo ahora como autor de obras de ficción, los escritores malviven y los que se hacen con el beneficio directo producido por el libro son las editoriales (esto pasa desde los tiempos de Dickens, y ya ha llovido). El escritor se lleva un porcentaje mínimo de esos 20 euros (dependiendo del éxito que tengas). El resultado: hay que vender muchos libros para que alguien que sólo escribe pueda vivir dignamente con ello.


Estas mismas voces hablan de la falta de rigor en internet, de la necesidad de algo (llámese Gran Hermano orwelliano, llámese emperador de la galaxia) que nos libre de la tentación de toda esa bazofia.

Desde luego, la historia literaria nos habla bien a las claras de esto: La ingente cantidad de basura que se ha producido en estos últimos tiempos sólo es comparable con el día después a la Fiesta de la Cerveza en Alemania. ¿Alguien no lo ha notado? ¿Alguien no ha pagado esos 20 euros por un libro (por otra parte con una excelente portada casi siempre) y le han dado ganas de tirárselo al autor (y sobre todo al editor) a la cara? Bien, para aquellos que aún lean frente a la chimenea obras de Dante y Virgilio, están bien esos 20 euros, Pero para todos los demás creo que, como internet ha cambiado la manera de informarse, cambiará también la manera en la que disfrutamos del ocio los amantes (y creadores) de la literatura.


¿Qué pasaría si pudiésemos bajar el precio del libro a 5 euros o menos? La gran respuesta de esos nuestros fantasmas con eco (dueños de editoriales y demás, vamos a ponerles nombres): bajaría la calidad y que todo sería una selva.

Respuesta para estos “caballeros”: La calidad no puede ser peor. Me da vergüenza que, cada vez que digo que soy escritor, me digan que si escribo novelas rosas o sobre un documento templario que encontré mientras orinaba. Así que, si son ustedes los “guardianes” del buen gusto literario, les digo humildemente: búsquense un oficio digno y dejen de robarnos nuestros 20 euros.

¿Qué el panorama literario se convertiría en una selva? No, claro que no. Por desgracia, cuando pongo en un buscador cualquiera: “Pepito el de los palotes” me saldrá (seleccionada) de entre todas las entradas de Internet referentes a “Pepito el de los palotes” aquella que más interés haya tenido para los usuarios. Si existe una noticia mejor, serán los mismos usuarios los que decidan (mediante los links o enlaces desde sus páginas que esta noticia sea de mayor interés para nosotros, ávidos fans de nuestro querido Pepito). No es una selva, son entradas ordenadas según su interés (son los propios usuarios los que nos recomiendan sin quererlo).


Pero la maravilla de internet va mucho más allá (y esto lo digo para algunos colegas que parece tienen en gala escribir aún con pluma de ganso). Si los contenidos pueden ser indexados (listados) según categorías, entonces la persona interesada en leer algo (ejemplo, un ensayo) sobre Simone de Beavoir, obtendría, de entre todos los ensayos escritos, el que mejor se adapte a lo que busque. Ejemplo, queremos conocer las vicisitudes amorosas de esta señora. Metemos algo así como: simone beavoir, sartre, amor.

El resultado serían una seria de documentos sobre simone ordenados según:

a) Su adecuación a la búsqueda.

b) Su importancia social.

c) Su calidad (porque lo quieran o no, lo bueno siempre permanece y, por muy extraño que parezca, las personas no somos tontas del todo).

Claro, dirán estos señores, eso no tiene filtro, y cualquiera puede poner chorradas en las que se repita la palabra “amor” junto a Simone de Beavoir (y Sartre, ya de paso). Bien, esto ya ha sucedido, y los buscadores han eliminado las entradas porque no tienen importancia (las personas no las enlazarían). Dicho de otra manera, los motores de búsqueda no harían caso de esta entrada potencial, nos darían (salvo fallo improbable) el resultado que más se acomode a nuestros gustos como lector.


Luego viene el tema (que a todos parece interesar) del vil metal. El material literario abarataría su coste radicalmente. Pero hay un tema más interesante (y aquí me permito barrer para casa): los intermediarios se reducirían y los beneficios irían a parar a... (aquí suenan los aplausos y los vítores): EL VERDADERO AUTOR DE LA OBRA.

En un mundo injusto en el que los intermediarios se llevan casi el total de los beneficios producidos por la obra literaria, internet puede cambiar la forma de mirar el libro y, sobre todo, ampliar de una manera directa las capacidades y posibilidades literarias de la propia materia literaria.

Internet es la obra abierta que todo hombre de letras alguna vez soñó (salvo Torquemadas y alguna que otra alma en penitencia perpetua). Permitiría tanto al lector como al escritor un diálogo directo, mucho más rico y duradero (por paradójico que esto pueda parecer, aún nos asusta la inmediatez del medio). Pero aquí viene un punto capital: el autor escribiría de lo que realmente quiere, liberándose del grillete impuesto por las editoriales y llegando directamente a su público, un público con capacidad directa de elección (no sólo se basaría en lo bonita que es la portada o la crítica pagada en la revista especializada de turno) y con capacidad directa de veto sobre algunas obras (siempre se pueden hacer comentarios sobre una obra mala y, en caso de que este comentario tenga la aquiescencia del resto, la burbuja se extendería de una manera electrónica, de manera que el lector potencial sabría de los posibles inconvenientes de dicha obra).

El mundo se llenaría de obras literarias maravillosas, grandes o pequeñas, poemas de diez páginas y de mil versos, poemas santos y versos profanos, se llenaría, a través de nuestro particular Estigia electrónico, de textos grandiosos y otros no tanto... pero se llenaría, sobre todo, de los textos que al público de verdad interesan.


Por mucho que algunos digan, veo un cielo abierto para las letras y para el mundo. Los ecos provenientes de gobiernos miedosos, atrasados y totalitaristas (y aquí no hablo sólo de países de ideas directamente inspiradas en el comunismo) nos dirán que no, que el libro está mejor en la estantería, bien adornado con tapas de piel (amén de los impuestos que dichos gobiernos se llevan al bolsillo de esos nuestros queridos 20 euros). Para todos esos ecos, para todas esas voces que gritan calladas contra la libertad y el buen juicio, para esos hombres que beben coñac servidos por doncellas frente a la chimenea, les diría que echasen un ojo a nuestro armario, a nuestra economía y nuestros hogares, ¿en cuántos encontramos hoy esa chimenea y ese coñac añejo?

Quizá algún día podamos hablar de otro tipo de cuestiones, menos económicas, mucho más serias también. Podemos estar de acuerdo o no con el copyleft (en los asuntos literarios creo que el tema es bastante más espinoso que en el musical), establecer licencias GPL o Creative Commons, pero también podemos elegir cobrar por la obra o incluso (manda narices) publicar nuestra obra en papel bajo demanda (dícese, no pagamos por nada, y recibimos por ejemplar vendido, directamente, sin tener que pasar por la caja -y el más que posible mal gusto- de los editores).

Para los escritores, Internet no es ese “gran producto filantrópico” (cito textualmente, no sin ironía, la reciente frase de un abogado). Internet es la realidad con la que tendremos que enfrentarnos ayer, una gran herramienta de uso colectivo que (en teoría) debería traer una nueva era de “conocimiento justo”, no ya basado en las imposiciones estatales o mediáticas, sino el verdadero trato justo de la palabra y su verdadero valor.

El discurso de “queremos salvar los derechos de los autores” suena ahora extraño, como si una abigarrada argumentación planease quebrada: “nos quitan el negocio”. Internet no es el enemigo de los artistas, sino la herramienta para un futuro, como lo fue en su día la imprenta, que cambió el método tradicional de la difusión literaria (y no terminó precisamente con la vida de los escritores, sino que los llevó a un nuevo lugar en la historia).


Internet cambiará poco a poco el mundo, sólo hemos visto el principio de un gran movimiento..., y es que, por mucho que algunas voces quieran callar el eco de la libertad, no podrán nunca vencer al futuro.

viernes, febrero 23, 2007

Guía para convertirse en un crítico de éxito

Saludos, amigos lectores (ya me han dicho que esta fórmula está bastante pasada, pero la sigo utilizando, por eso de tocar un poco las narices). Quisiera, a raíz de las últimas críticas que he recibido, devolver un poco la pelota a mis queridos críticos que, me temo, leerán estas líneas. De no ser así... ¡qué diablos! Pasaré un buen rato al menos.

Quiero también hacer notar que no quiero ridiculizar a los críticos, ya que (a veces) son tipos encantadores que tienen familias con dinero y que, verdaderamente, aportan algo al panorama literario, bien descubriendo nuevos valores, bien aportando visiones nuevas del panorama artístico. Un crítico honesto es un artista en ciernes y, como artista verdadero, entiende la dificultad del proceso y del consiguiente acceso social. Estos críticos son totalmente respetables, y para ellos va mi mayor respeto y admiración.
Luego viene otro tipo de críticos, que tienen que ganarse la vida y que, gracias a su falta de talento e incapacidad física y mental, no tienen otra idea mejor que dedicarse a la crítica artística. Estos seres, ya en un alarde de estupidez, deciden que la mejor manera de ganarse su «merecido» hueco en el panorama cultural es acuchillar a todo artista que intenta algo. Si quieres ser uno de estos críticos, sólo tienes que seguir estos puntos, que sin duda te servirán para ser atacado en algún callejón, sí..., pero también te servirán para pagarte el lavavajillas durante algunos meses.

1.- LAS PINTAS (no de cerveza).Tienes que llevar aspecto de «capullo integral» (y perdonad que no os trate de usted, eso se lo reservo a mis lectores, los inteligentes). Es decir, tienes que ir de artista pero sin gusto. Miras un par de fotos de Oscar Wilde si te va el tema «pictórico», te pones una capa al estilo Goethe y demás si quieres criticar a escritores... Ésta es una opción coherente, ya que tienes que llamar al odio sobre ti (ya lo decía el mismo Wilde: «haz que hablen de ti, aunque sea para bien»). Luego también tienes la opción B) dentro del mismo punto: vestir como un ejecutivo (aquí ya te vas a granjear todas las enemistades, eso sí, igual es lo que necesitas para comprarte el dvd).

2.- EL LENGUAJE. Es un punto a tener muy en cuenta. Tienes que aprender palabras como «huero», «falaz». Cuando no tengas ni idea qué significa esto o aquéllo, cuando no te llegue un mensaje... ¡No, por Dios! ¡El estúpido no eres tú, son los otros! Entonces tienes que decir cosas tales como: «sin contenido», «huero, banal», «me deja frío» (esta última parte es peligrosa, no vaya a ser que os acusen de «poco sensuales»).
Sobre este punto existen diversas recetas, cada una peor que la anterior y que os hacen quedar como imbéciles delante de cualquier persona con un poco de sentido común. Pero preguntaros qué buscáis realmente: ¿Pagar las facturas o convertiros en personas decentes? Desde luego, si os metéis a críticos de segunda no esperéis ganaros el cielo.
Con el lenguaje, tenéis que demostrar que tenéis estudios (aunque os pasaseis la carrera en el bar, eso no importa). La cuestión es que parezca que aceptáis todo pero que no os convence cualquier cosa: podéis emplear palabras como «culteranismo». Ésta puede llevaros al éxito, pero ¡cuidadín, cuidadín!: ¡las personas que os van a leer igual saben quien era Cervantes! Puff, entonces lo tenéis difícil, amigos, igual consideran que (quizá) el medio artístico sea algo más que contar historias sobre indigentes y problemas sociales... ¿Qué hacer con estos? Tenemos que ganárnoslos también, con el disimulo, en plan Maquiavello. Hay que dar una de cal y otra de arena. Ejemplo: «Cayendo en el culteranismo» (si alguien se lo piensa tendrá una fácil respuesta y quedamos como imbéciles, es cierto: No tenemos ni idea de qué quiere decir, pero ¡Jo, qué bien queda eso de «culteranismo»!).


3.- ¡NO RECONOCER LA IGNORANCIA NUNCA! Está claro que cuando no tenemos nada que decir, cuando nos quedamos como Pitufo Dormilón leyendo la Crítica de la Razón Pura... Cuando nos preguntamos en una cuita metafísica: ¿Qué narices quiere decir? Entonces ha llegado el momento de utilizar nuestra palabra estrella... ¡HUERO! Claro, miramos nuestro diccionario de sinónimos y encontramos multitud de formas para expresar lo mismo: «sin sentido», «no me llena», «se recrea en la forma», «sin llegar a alcanzar en ningún momento al (lector, espectador...)».
Moraleja (Frase de Lisa Simpson): Es mejor permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca y confirmarlo. Respuesta de Homer (que no se ha enterado de nada, como nosotros con una obra de psicología estructuralista): ¡Si lo sabré yo!
Por favor, somos críticos de éxito, no monos en una feria. Siempre hay que decir algo. Por tanto, tened listas unas frases que a cualquier artista le duelan. Esto es a gusto del consumidor, sólo doy unas pequeñas pistas, que cada crítico (en su inmensa inteligencia) puede aplicar como le parezca (o dedicarse a cosas más decentes y a su altura intelectual: suicida).

4.- HALAGAR DE VEZ EN CUANDO. (Punto importante) Hay que decir, de vez en cuando, que algo está bien (si no nos pillan el truco). Pufff, nos miramos al espejo y nos confesamos: Padre, confieso que no tengo ni idea de qué estoy haciendo, a mí me parece igual un cuadro de Velázquez que el dibujo que ha pintado mi bebé. No importa, para eso estamos leyendo esta guía de descarriados (que me perdone Maimónides). El tema es que todo aquello que sea sencillo, un poco poético, un poco plástico... ¡Eso está bien, cumple con nuestros parámetros! Entonces le ponemos alguna frase como «honesto, sincero..., detrás hay un artista». Luego, para cubrirnos las espaldas, podemos decir algo malo del artista (por si acaso lo ha pintado o escrito nuestro bebé): «Tiene aún puntos flojos, pero se atisba una madurez en su manejo del (lenguaje, pincel, consolador)».

5.- ¡EL TEMA DE LA MADUREZ! Esto nos va a traer éxitos continuos, ya veréis. Cuando queramos poner a medio-parir a alguien: «no ha alcanzado su grado de madurez», «le falta experiencia». Sirve para todo, creedme, tanto si sois madres con alguna carencia afectiva como si sois críticos de ópera. Cuando un hijo no os hace caso: «Le falta madurez». Cuando os habéis dormido en medio de la ópera: «Tiene buen timbre, pero le falta madurez». Éxito garantizado. Y es que... Os contaré un pequeño secreto, la madurez es eso de los que todos hablan y nadie sabe qué es.

6.- ¡HISTORIA, HISTORIA! Queremos parecer tipos con carrera, tipos de esos que lo saben todo y eso. Bien, haceros con un ordenador y leeros, por encima, una página que os defina en poco menos de veitne párrafos la historia del arte. Lo siento, amigos míos: hay que aprenderse esos veinte párrafos (pensad en el flamante lavavajillas que os vais a comprar, no me diréis que no merece la pena). Luego viene el tema: hay que comparar la obra con algún período de la historia del arte y decir que no aporta nada nuevo. Total: vemos un cuadro que parece que lo ha pintado nuestro hijo (si lo ha pintado Picasso y no tiene cartelito estamos ante un serio problema). Bien, miramos nuestros veinte párrafos y decimos: Vanguardia. Perfecto, ya somos críticos profesionales. Ahora sólo tenemos que dar con la frase adecuada. Podría ser algo así como «enclavado dentro del terreno de la vanguardia, el artista (poner aquí el nombre de la víctima) se pierde en historicismos y revisionismos que nada aportan a la historia de la pintura».
Amigos míos pero... ¡si es que ya parecéis unos críticos profesionales! Esto vale para todo.
Ejemplos:
Literatura: «El libro se basa en la repetición de esquemas ya vistos, sin aportar nada nuevo a la literatura. Vemos huellas de Joyce (a este lo podéis poner dónde queráis, porque total... Nos ha influido a todos), Dos Passos o Hemingway (a este último lo citan tanto porque es sencillito y americano, y queda medio moderno, un éxito asegurado)»
Ópera: «La representación no aportó nada nuevo, limitándose a la repetición de esquemas tantas veces contemplados y recreados por artistas que sí merecen ser llamados escenógrafos como... Bla, bla, bla (quién sea, eso da igual)».
Música clásica:
Caso de que nos parezca agradable: «El compositor parece anclado en un clasicismo que no consigue superar»
No entendemos ni un pimiento: «Schoenberg planea cual fantasma sobre la obra, pero el artista repite más que asimila» (esto es para destrozar a cualquiera que intente algo nuevo).

Si controlamos este punto, el lector dirá: Joer, un tipo tan culto no puede estar equivocado. ¡Jejeje, si es que somos los mejores!

7.- ¡A MÍ NO ME COMPRAN! Perfecto, pero que no descubran que os estáis pagando el lavavajillas (cómo van a estar de bonitos los plantos, si es que sólo pensarlo... ¡Me dan ganas de destrozar mil artistas!). Esto hay que usarlo con cuidado, porque la réplica es fácil. La moraleja de ésto es que tienes que parecer un tipo íntegro que no se deja avasallar por las modas (pero cuidadín: no poner en tela de juicio nada reconocido). De vez en cuando, adornar la crítica con algo así como: «muchas son las tendencias y las modas, poco aportan. Lo verdadero, siempre permanece.». ¡Quedamos como reyes!

8.- EL LECTOR ES EL AMO. Es decir, si escribimos en un medio mayoritario podemos emplear temas como «estirado» o similares, pero ni se os ocurra poner eso cuando escribís críticas de ópera. Vamos a ver, lo normal: «demasiado formal, ignorando al lector» (traducción: no sabemos de qué habla y no pienso buscar las referencias, ¡hay fútbol en la tele!). En el segundo caso (que escribamos para lectores que igual sí se dan cuenta de qué hablan): «Las referencias no aportan nada al texto, constituyendo meras pinceladas de talentos mucho más grandes». Como dijo Lope de Vega, hay que darle al lector lo que pide.
Perdón por el ejemplo que voy a poner (pero me parece a la altura de los críticos). La principal crítica que se hace a los jugadores de fútbol es la siguiente: ¡Joder, macho, con lo que cobran! Vale, moraleja: hay que ir a por ellos y tener en cuenta que el lector a cual van dirigidas nuestras exoneraciones retóricas está bastante más hecho polvo que él. Ejemplo: «El autor hace un mal uso del lenguaje» (aquí sacar a relucir cualquier tontería, como un fallo tipográfico o lo que sea). Otra mejor: «el autor olvida a su público, convirtiéndose en un Narciso moderno» (ofensa media). Ya, si queremos ser unos pelotas de campeonato, tenemos frases de este estilo: «El autor ofende a un bienintencionado público que no se deja engañar, un público siempre en busca de una verdad que, desde luego, no encuentra en sus (líneas, pinceladas, notas)».


Bueno, hasta aquí hemos llegado con la ironía del mes. Espero que os haya gustado. Por favor (que últimamente todo hay que decirlo), no os las toméis en serio. Espero que nadie se haga crítico después de leer esto. Creo que, de vez en cuando, surge alguien que sí merece la pena, alguien que puede ser llamado crítico (como también son pocos los que merecen ser llamados artistas). Un crítico no debería ser un artista frustrado o alguien que no tiene otra forma de ganarse la vida, la crítica debería servir como acercamiento entre autor y público. Para todos aquellos que hacen de su vida una cloaca, para todos esos críticos que viven de destrozar ilusiones y sueños, para todos esos les envío mi más optimista deseo: El mundo está mejor sin vosotros, ¡pudriros!

martes, enero 23, 2007

Rendiciones


Desde que recibo críticas debido a mi, digamos, abultado ego (sería decir poco) me siento bastante apesadumbrado (no crean que no me ha costado encontrar un sinónimo de «jodido»).

El mundo funciona así: cualquier manifestación de carácter fuera del, digamos (vaya, me repito), «sistema de esclavismo imperante» se ve como no sólo como una crítica al sistema, sino como un ataque personal para todas aquellas «personas» (entre comillas, por si no lo notan, queridos detractores) que, embebidas de fracaso y mal gusto, viven sus días amargados y carcomidos por las invisibles cadenas que no les permiten manifestarse como ellos quisieran (sí, es decir mucho: la mayoría no tienen nada que manifestar).


El sistema va más allá: una vez adocenados, produce individuos «adocenadores», es decir, que el sistema crea una retroalimentación que servirá para producir individuos aún más esclavos. Esto está muy bien, y producirá generaciones de individuos felices, porque todos somos felices en este mundo con lavadoras y dvds (nadie se ha quejado de la comodidad, en fin).


Recientemente, y bajo la negativa a publicar en formato papel mi obra «Diarios de un Fumador», he decidido ponerla a la venta en formato electrónico. Su precio será claramente prohibitivo para cualquier economía familiar (más o menos dos euros, sí: dos). Con esto, perdonen, no pienso hacerme rico ni nada por el estilo (a no ser que venda un millón de copias). Pongo este precio (simbólico) y pido con ello una especie de apoyo tácito a todos los escritores y artistas que, casi anónimamente y sin buscar beneficio económico, trabajamos en pos de una mejor literatura, experimentando aún en casos de que nos golpeen y nos fustiguen con comentarios malintencionados.

Mi obra no es una obra narrativa: no quiero timar dos euros a nadie. Que nadie espere una desgarradora historia sobre el espíritu humano. Si tiene alguna virtud, se encuentra en la estructura y su vena «metaliteraria». La obra está narrada en clave faulkneriana de manera consciente y las referencias a otros mitos literarios son constantes. Con esto, lo sé, corro el riesgo de caer en una pretenciosidad manifiesta y, créanme, lo sabía desde que comencé la obra. «Diarios de un Fumador» habla sobre la estructura de la novela moderna en clave narrativa.

Cuando comencé, hace ya creo bastantes años, mi carrera literaria, sabía que no sería fácil, que sería mejor entablar un diálogo con los lectores de una manera más tradicional. Esto fue hace ya más de diez años. Ahora, con el paso del tiempo, el panorama literario ha alcanzado cotas de estupidez que ni yo mismo sospechaba. Libritos de aventuras y noveluchas históricas parecen acaparar el grueso de las lecturas de las «personas cultas». Me parece bien, no voy a negar lo que defiendo desde un primer momento: la libertad. Cada uno es libre de drogarse, practicar la eutanasia o leer basura (sí, al menos desde un punto de vista ético, lo que digan las autoridades me da ya igual).


Desde este mi pequeño foro, desde este púlpito que nadie agradece, os ofrezco mi obra y os invito a que la comentéis.


Sí, voy a reconocerlo, pretendo aportar algo al panorama literario: ¿una revisión crítica? Tal vez, pueden llamarlo como quieran. No escribo al azar, mido las palabras y sé desde un principio lo que quiero contar, cuando hago referencias a otros autores están ahí por algo, y son parte de una trama interna que, esta vez sí, me interesa contar. Mi ideal de novela se conforma como una cebolla: la capa exterior puede que sea desagradable a algunos, puede que no interese (¿quién utiliza la piel para hacer la salsa?); puede que sólo algunos lectores quieran traspasar dicha capa, puede que no les interese a demasiados.


No quiero contar historias. Sí, lo sé, parece una contradicción. Mi objetivo es contar aquello que no se lee a partir de aquello que se lee. Quien busque una historia de claves ocultas históricas, que vaya a una tienda de libros y coja el primer volumen que tenga enfrente: tendrá una narrativa aceptable y contará una historia que le enriquecerá, tendrá fundamento histórico (alguno) y, sobre todo, le entretendrá. En mis novelas no van a encontrar eso: sólo hallarán un desarrollo narrativo en torno a la «metalitetura». Sí, cuenta cosas y se puede seguir de una manera más o menos aceptable. Es confusa, liosa (ya se lo digo), pero también encierra una revisión y una nueva visión del panorama literario hasta nuestros días.


«Diarios de un Fumador» es como aprender a fumar en pipa: no gusta a todos, es fuerte y sabe a tierra seca. Con el tiempo, tal vez algunos juzguen adecuado este mi trabajo que ahora os ofrezco, desde mi desengaño pero también desde mi esperanza.

Voy también a abrir una sección para vuestros comentarios sobre la novela. Si la léeis, me gustaría saber vuestra opinión. Las publicaré todas, hasta las escritas desde esa bilis negra que, a veces, posee al lector. No importa, una obra no está hecha de palabras, una obra literaria es un proceso en el tiempo, vivo, que se alimenta de los comentarios y las críticas.

Desde aquí os ofrezco no mi rendición, sino mi esperanza en un público inteligente y voraz, en un público que, confío y sé, aún existe.

martes, enero 02, 2007

¡Feliz 2007!

Querría con este comentario, mis muy amigos lectores, felicitarles este grandioso año que ahora comienza.
Tengo que confesar que este nuevo año me llena de ilusión. Hemos visto el año pasado y hemos asistido a, sin duda, un gran año. La gente, por fin, se ha dado cuenta que hay que llevar una dieta sana y hacer ejercicio, dejar de fumar y... ¡Trabajar, siempre trabajar! El mundo va bien, y no sólo España (que está que se sale, claro).
Señores, entendamos que esas pequeñas aportaciones de capital que tenemos que hacer a nuestro querido Estado son mínimas en comparación con los magníficos servicios que nos dan en contraprestación (cuando se me ocurra alguno, lo pongo). ¿Podemos poner precio, acaso, a la libertad infinita que nuestro Estado nos proporciona? Creo que sólo hay una respuesta: No. Algunos advenedizos de baratillo hablan de elevados impuestos, de corrupción por todos lados... ¡De violación de los derechos humanos! Por favor, seamos serios. Hemos tenido, para empezar el año con buen pie, la imagen de Sadam Hussein ahorcado (algunos se quejan de que eso va en contra de los derechos humanos, anda que...). ¿Qué mejor forma de empezar el año que la imagen de un dictador ahorcado? Sí, así nuestros niños pueden deleitarse con una imagen navideña y familiar.
Menos mal (digo, y digo bien) que nuestros gobernantes se preocupan por el pueblo. Lejos de aquellos tiempos del Rey Sol, ahora estos que tienen el poder gobiernan por y para el pueblo. ¡No! Digo más: Son parte del pueblo y caminan entre las gentes, sin dejarse seducir por el poder zalamero (me gusta esa palabra).

Además... ¿cómo no voy a estar contento y feliz (sin saber qué es una reiteración) si cada vez nuestros hijos, futuro del país, estudian más y mejos? No, no están criando una red de paletos incultos, no... ¡Ahora leen colecciones grandiosas preparadas para su edad! Yo me pregunto: ¿Para qué volver atrás si nuestra literatura actual ofrece obras grandiosas muy superiores a eso que llaman «clásicos»? ¡Sí, por fin nuestra gran sociedad ha superado los clásicos y la modernidad, de una vez por todas, ha terminado con el imperio de la tiranía! Cada vez que se tira en un país gobernado por tiranos una bomba... Allí estamos todos, ahí estoy yo, ciudadano demócrata, con mi pin de Sadam ahorcado y con la palabra «libertad» en una camiseta de cien euros.
Pero no nos engañemos, no todos los países viven tan bien como en España (paraíso de la cultura y el librepensamiento). Hay lugares en que se piensa de manera diferente y, espero que no me caega un rayo, no creen en Dios, en nuestro Dios único probado por siglos de excelentes filósofos. Son estos países lugares de corrupción en el que se devora a los niños nada más nacer y se cometen atrocidades de la más diversa índole. Nuestra labor como demócratas es darles luz, la luz que en occidente sobra. ¿Pueden creer, hermanos, que incluso hay países en los que no saben lo que es una maravillosa hamburguesa? Sí, lo sé, yo tampoco entiendo cómo pueden sobrevivir, por ello su esperanza de vida es más baja que la de occidente.
En estos países se tumban «a la bartola» sin hacer nada en todo el día, porque tienen sistemas económicos comunistas o incluso peor (no me atrevo ni a pronunciarlo). Estos sistemas, permítanme, no crean la necesaria competitividad para un progreso sano y, así, las gentes no tienen incentivos que cumplir. ¿No es acaso mejor nuestro sistema mucho mejor? Nuestros gobiernos, con esas pequeños impuestos (ni nos damos cuenta, ¿verdad?) nos proporcionan, aparte de estabilidad y libertad, los elementos necesarios para hacer de nuestras vidas un paraíso de comodidad.

Desde aquí os pido, amigos demócratas, que encendamos nuestras lavadoras y electrodomésticos y cantemos a una: ¡Viva la libertad!

Este 2007 promete, feliz año a todos.