lunes, octubre 05, 2009

Valladolid, Lyon D'Or


Ayer sábado, Valladolid.
Conocí a Isadora Sartosa hace unos dos años con motivo de una exposición de pintura. He de reconocer que poco o nada entiendo sobre pintura, pero sí sobre lo que viene después de una buena exposición (y después de una mala también): fue una buena noche entre vino y (claro está) copas varias.
Isadora habló con Isabel del Río sobre pintura y pintores y, casualidades del destino, allí estaba también un hombre bastante interesante llamado Ignacio Zara.
Fue él quien me inició y sería él quien nos propusiese la idea. Aquella misma noche me habló del manuscrito y, a la mañana siguiente, decidí buscar información: la Chimère, poeta francés desconocido pero con cierto reducido eco en su tiempo.
Ayer, en el Lyon d’Or realizamos nuestra primera tertulia sobre el poeta… digamos que fue más bien una conferencia de Ignacio Zara.
Les hablaré un poco de Ignacio: es un hombre mayor pero joven de espíritu, con esa inquietud que nunca abandona a ciertas personas de edad que, sin embargo, aún continúan pareciendo jóvenes. Ignacio fue una vez periodista… ¡Qué placer escucharle hablar de aquellos tiempos perdidos y de las diferencias entre los tiempos que él vivió y lo relatado en los libros de historia! Ignacio sonríe y escucha, algo muy difícil de encontrar en estos tiempos. Ignacio es caballero español y caballero internacional, preguntando e interesándose por todas y cada una de las palabras de los interlocutores. Ignacio gusta del modernismo y de la poesía francesa de principios de siglo. Gran exégeta, tiene varios libros que –dice- nunca publicará.
Creo que estoy convenciéndole de lo contrario.
Su última gran locura: dar a conocer al mundo al gran poeta que nadie conoce: Guillerme “la Chimère” Pradel.

Isadora Sartosa… ¿qué decir de una mujer de mundo que ha vivido más allá de los sueños? Isadora tiene ascendencia italiana pero ama España desde lo más profundo de su ser. Conoce a los pintores (y pintoras, tema que agrada en gran medida a Isabel del Río) y conoce sus vidas y costumbres y técnicas más allá de las notas en un libro de texto malsonante. Isadora está siempre dispuesta a reír y hacer una broma e, incluso, soporta las mías. Isadora es culta hasta asustar pero nunca asusta porque relata y cuenta y narra sus experiencias desde lo más profundo de su ser.
Cuando Isadora, que también habla francés, recibió el manuscrito, se quedó entusiasmada.

Isabel del Río fue el tercer miembro de nuestro grupo aquella noche de sábado. Estudió historia y su gran pasión es el Arte (ella dice que lo escriba con mayúsculas, que si no me pega). Disfruta hablando de arte (sé que no pasaré de esta noche) y de literatura.
Poco hablaré más de ella para no hacerla enrojecer: es el alma de la revista Yareah que dirige a mi lado.

Y por último, yo: Martín Cid. Poco puedo decir del fumador de pipa.

Ayer, entre humo y whiskey y vino tinto Ribera del Duero (tengo que decir que la calidad del vino servido en el local es sobresaliente) pusimos en palabras la idea que nos rondaba a todos en mente desde hacía ya más de un año, la idea de Ignacio Zara y la que considera “la aportación principal de su vida”: dar a conocer “la Chimère” al mundo.
Leímos algunos de sus poemas y yo mismo, con mi desastrosa pronunciación, puse mi grano de arena a la obra de Ignacio. ¿Bebimos demasiado? Nunca se bebe demasiado cuando se está entre amigos, nunca se disfruta más de la bebida y nunca las risas son más pronunciadas y sinceras.
Ayer dejé Valladolid con la sensación de un gran proyecto, anoche dejé Valladolid sintiendo que algo de mi alma quedaba en aquella ciudad.
Ahora nos queda trabajar en nuestro proyecto, el que el mismo Ignacio Zara llamó “Proyecto Quimera”.
Yo mismo me atreveré a revisar alguna de las traducciones realizadas por Ignacio y supervisadas por Isadora.
El “Proyecto Quimera” está en marcha lleno de ilusión y pleno del espíritu de antaño, del aliento que insufló a los poetas de vanguardia y que una noche nos deleitó con el sabor de antaño, de los pioneros, de los de siempre.
Desde aquí, y unidos por siempre, sentí cómo “la Chimère” se sentaba a mi lado, fumando un cigarrillo y dialogando, despacio con cuatro seres en un café de la centenaria Valladolid.