Saludos, amigos lectores (ya me han dicho que esta fórmula está bastante pasada, pero la sigo utilizando, por eso de tocar un poco las narices). Quisiera, a raíz de las últimas críticas que he recibido, devolver un poco la pelota a mis queridos críticos que, me temo, leerán estas líneas. De no ser así... ¡qué diablos! Pasaré un buen rato al menos.
Quiero también hacer notar que no quiero ridiculizar a los críticos, ya que (a veces) son tipos encantadores que tienen familias con dinero y que, verdaderamente, aportan algo al panorama literario, bien descubriendo nuevos valores, bien aportando visiones nuevas del panorama artístico. Un crítico honesto es un artista en ciernes y, como artista verdadero, entiende la dificultad del proceso y del consiguiente acceso social. Estos críticos son totalmente respetables, y para ellos va mi mayor respeto y admiración.
Luego viene otro tipo de críticos, que tienen que ganarse la vida y que, gracias a su falta de talento e incapacidad física y mental, no tienen otra idea mejor que dedicarse a la crítica artística. Estos seres, ya en un alarde de estupidez, deciden que la mejor manera de ganarse su «merecido» hueco en el panorama cultural es acuchillar a todo artista que intenta algo. Si quieres ser uno de estos críticos, sólo tienes que seguir estos puntos, que sin duda te servirán para ser atacado en algún callejón, sí..., pero también te servirán para pagarte el lavavajillas durante algunos meses.
1.- LAS PINTAS (no de cerveza).Tienes que llevar aspecto de «capullo integral» (y perdonad que no os trate de usted, eso se lo reservo a mis lectores, los inteligentes). Es decir, tienes que ir de artista pero sin gusto. Miras un par de fotos de Oscar Wilde si te va el tema «pictórico», te pones una capa al estilo Goethe y demás si quieres criticar a escritores... Ésta es una opción coherente, ya que tienes que llamar al odio sobre ti (ya lo decía el mismo Wilde: «haz que hablen de ti, aunque sea para bien»). Luego también tienes la opción B) dentro del mismo punto: vestir como un ejecutivo (aquí ya te vas a granjear todas las enemistades, eso sí, igual es lo que necesitas para comprarte el dvd).
2.- EL LENGUAJE. Es un punto a tener muy en cuenta. Tienes que aprender palabras como «huero», «falaz». Cuando no tengas ni idea qué significa esto o aquéllo, cuando no te llegue un mensaje... ¡No, por Dios! ¡El estúpido no eres tú, son los otros! Entonces tienes que decir cosas tales como: «sin contenido», «huero, banal», «me deja frío» (esta última parte es peligrosa, no vaya a ser que os acusen de «poco sensuales»).
Sobre este punto existen diversas recetas, cada una peor que la anterior y que os hacen quedar como imbéciles delante de cualquier persona con un poco de sentido común. Pero preguntaros qué buscáis realmente: ¿Pagar las facturas o convertiros en personas decentes? Desde luego, si os metéis a críticos de segunda no esperéis ganaros el cielo.
Con el lenguaje, tenéis que demostrar que tenéis estudios (aunque os pasaseis la carrera en el bar, eso no importa). La cuestión es que parezca que aceptáis todo pero que no os convence cualquier cosa: podéis emplear palabras como «culteranismo». Ésta puede llevaros al éxito, pero ¡cuidadín, cuidadín!: ¡las personas que os van a leer igual saben quien era Cervantes! Puff, entonces lo tenéis difícil, amigos, igual consideran que (quizá) el medio artístico sea algo más que contar historias sobre indigentes y problemas sociales... ¿Qué hacer con estos? Tenemos que ganárnoslos también, con el disimulo, en plan Maquiavello. Hay que dar una de cal y otra de arena. Ejemplo: «Cayendo en el culteranismo» (si alguien se lo piensa tendrá una fácil respuesta y quedamos como imbéciles, es cierto: No tenemos ni idea de qué quiere decir, pero ¡Jo, qué bien queda eso de «culteranismo»!).
3.- ¡NO RECONOCER LA IGNORANCIA NUNCA! Está claro que cuando no tenemos nada que decir, cuando nos quedamos como Pitufo Dormilón leyendo la Crítica de la Razón Pura... Cuando nos preguntamos en una cuita metafísica: ¿Qué narices quiere decir? Entonces ha llegado el momento de utilizar nuestra palabra estrella... ¡HUERO! Claro, miramos nuestro diccionario de sinónimos y encontramos multitud de formas para expresar lo mismo: «sin sentido», «no me llena», «se recrea en la forma», «sin llegar a alcanzar en ningún momento al (lector, espectador...)».
Moraleja (Frase de Lisa Simpson): Es mejor permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca y confirmarlo. Respuesta de Homer (que no se ha enterado de nada, como nosotros con una obra de psicología estructuralista): ¡Si lo sabré yo!
Por favor, somos críticos de éxito, no monos en una feria. Siempre hay que decir algo. Por tanto, tened listas unas frases que a cualquier artista le duelan. Esto es a gusto del consumidor, sólo doy unas pequeñas pistas, que cada crítico (en su inmensa inteligencia) puede aplicar como le parezca (o dedicarse a cosas más decentes y a su altura intelectual: suicida).
4.- HALAGAR DE VEZ EN CUANDO. (Punto importante) Hay que decir, de vez en cuando, que algo está bien (si no nos pillan el truco). Pufff, nos miramos al espejo y nos confesamos: Padre, confieso que no tengo ni idea de qué estoy haciendo, a mí me parece igual un cuadro de Velázquez que el dibujo que ha pintado mi bebé. No importa, para eso estamos leyendo esta guía de descarriados (que me perdone Maimónides). El tema es que todo aquello que sea sencillo, un poco poético, un poco plástico... ¡Eso está bien, cumple con nuestros parámetros! Entonces le ponemos alguna frase como «honesto, sincero..., detrás hay un artista». Luego, para cubrirnos las espaldas, podemos decir algo malo del artista (por si acaso lo ha pintado o escrito nuestro bebé): «Tiene aún puntos flojos, pero se atisba una madurez en su manejo del (lenguaje, pincel, consolador)».
5.- ¡EL TEMA DE LA MADUREZ! Esto nos va a traer éxitos continuos, ya veréis. Cuando queramos poner a medio-parir a alguien: «no ha alcanzado su grado de madurez», «le falta experiencia». Sirve para todo, creedme, tanto si sois madres con alguna carencia afectiva como si sois críticos de ópera. Cuando un hijo no os hace caso: «Le falta madurez». Cuando os habéis dormido en medio de la ópera: «Tiene buen timbre, pero le falta madurez». Éxito garantizado. Y es que... Os contaré un pequeño secreto, la madurez es eso de los que todos hablan y nadie sabe qué es.
6.- ¡HISTORIA, HISTORIA! Queremos parecer tipos con carrera, tipos de esos que lo saben todo y eso. Bien, haceros con un ordenador y leeros, por encima, una página que os defina en poco menos de veitne párrafos la historia del arte. Lo siento, amigos míos: hay que aprenderse esos veinte párrafos (pensad en el flamante lavavajillas que os vais a comprar, no me diréis que no merece la pena). Luego viene el tema: hay que comparar la obra con algún período de la historia del arte y decir que no aporta nada nuevo. Total: vemos un cuadro que parece que lo ha pintado nuestro hijo (si lo ha pintado Picasso y no tiene cartelito estamos ante un serio problema). Bien, miramos nuestros veinte párrafos y decimos: Vanguardia. Perfecto, ya somos críticos profesionales. Ahora sólo tenemos que dar con la frase adecuada. Podría ser algo así como «enclavado dentro del terreno de la vanguardia, el artista (poner aquí el nombre de la víctima) se pierde en historicismos y revisionismos que nada aportan a la historia de la pintura».
Amigos míos pero... ¡si es que ya parecéis unos críticos profesionales! Esto vale para todo.
Ejemplos:
Literatura: «El libro se basa en la repetición de esquemas ya vistos, sin aportar nada nuevo a la literatura. Vemos huellas de Joyce (a este lo podéis poner dónde queráis, porque total... Nos ha influido a todos), Dos Passos o Hemingway (a este último lo citan tanto porque es sencillito y americano, y queda medio moderno, un éxito asegurado)»
Ópera: «La representación no aportó nada nuevo, limitándose a la repetición de esquemas tantas veces contemplados y recreados por artistas que sí merecen ser llamados escenógrafos como... Bla, bla, bla (quién sea, eso da igual)».
Música clásica:
Caso de que nos parezca agradable: «El compositor parece anclado en un clasicismo que no consigue superar»
No entendemos ni un pimiento: «Schoenberg planea cual fantasma sobre la obra, pero el artista repite más que asimila» (esto es para destrozar a cualquiera que intente algo nuevo).
Si controlamos este punto, el lector dirá: Joer, un tipo tan culto no puede estar equivocado. ¡Jejeje, si es que somos los mejores!
7.- ¡A MÍ NO ME COMPRAN! Perfecto, pero que no descubran que os estáis pagando el lavavajillas (cómo van a estar de bonitos los plantos, si es que sólo pensarlo... ¡Me dan ganas de destrozar mil artistas!). Esto hay que usarlo con cuidado, porque la réplica es fácil. La moraleja de ésto es que tienes que parecer un tipo íntegro que no se deja avasallar por las modas (pero cuidadín: no poner en tela de juicio nada reconocido). De vez en cuando, adornar la crítica con algo así como: «muchas son las tendencias y las modas, poco aportan. Lo verdadero, siempre permanece.». ¡Quedamos como reyes!
8.- EL LECTOR ES EL AMO. Es decir, si escribimos en un medio mayoritario podemos emplear temas como «estirado» o similares, pero ni se os ocurra poner eso cuando escribís críticas de ópera. Vamos a ver, lo normal: «demasiado formal, ignorando al lector» (traducción: no sabemos de qué habla y no pienso buscar las referencias, ¡hay fútbol en la tele!). En el segundo caso (que escribamos para lectores que igual sí se dan cuenta de qué hablan): «Las referencias no aportan nada al texto, constituyendo meras pinceladas de talentos mucho más grandes». Como dijo Lope de Vega, hay que darle al lector lo que pide.
Perdón por el ejemplo que voy a poner (pero me parece a la altura de los críticos). La principal crítica que se hace a los jugadores de fútbol es la siguiente: ¡Joder, macho, con lo que cobran! Vale, moraleja: hay que ir a por ellos y tener en cuenta que el lector a cual van dirigidas nuestras exoneraciones retóricas está bastante más hecho polvo que él. Ejemplo: «El autor hace un mal uso del lenguaje» (aquí sacar a relucir cualquier tontería, como un fallo tipográfico o lo que sea). Otra mejor: «el autor olvida a su público, convirtiéndose en un Narciso moderno» (ofensa media). Ya, si queremos ser unos pelotas de campeonato, tenemos frases de este estilo: «El autor ofende a un bienintencionado público que no se deja engañar, un público siempre en busca de una verdad que, desde luego, no encuentra en sus (líneas, pinceladas, notas)».
Bueno, hasta aquí hemos llegado con la ironía del mes. Espero que os haya gustado. Por favor (que últimamente todo hay que decirlo), no os las toméis en serio. Espero que nadie se haga crítico después de leer esto. Creo que, de vez en cuando, surge alguien que sí merece la pena, alguien que puede ser llamado crítico (como también son pocos los que merecen ser llamados artistas). Un crítico no debería ser un artista frustrado o alguien que no tiene otra forma de ganarse la vida, la crítica debería servir como acercamiento entre autor y público. Para todos aquellos que hacen de su vida una cloaca, para todos esos críticos que viven de destrozar ilusiones y sueños, para todos esos les envío mi más optimista deseo: El mundo está mejor sin vosotros, ¡pudriros!