Se habla de esperanza y de democracia, de que la sociedad ha llegado al límite de sus, digamos, fuerzas filosóficas o creativas, mientras que un mundo en “ascenso” se desmorona.
Sí, hermanos, sobre las cenizas de Roma se erigieron imperios nuevos, y sobre las ruinas de los siglos nacieron individuos capaces de cambiar el curso de una historia recreada.
Echando un rápido vistazo a la historia y, sobre todo, a sus intérpretes más aventajados (lo que, desde luego, no les confiere calidad de “personas”) observamos diferentes modos de interpretar el flujo de los acontecimientos. Están aquellos que creen en las ideas como motor de los aconteceres (los llaman idealistas, en un principio sin el carácter claramente menospreciativo que ha adquirido hoy la palabra); también están los marxistas (intérpretes económicos de la historia); los demócratas (que creen que el mundo ha esperado siglos hasta que se ha consumado, como diría Leibniz, “el más perfecto de los mundos”). Hay cientos, incluso los hay que interpretan los aconteceres de acuerdo a recetas gastronómicas y juegos del lenguaje.
Dentro de todas estas tendencias viene a predominar la marxista-democrática (dícese, que las masas “bien-pensantes”, siempre preocupadas por pagar hipotecas, son las precursoras de los grandes movimientos históricos). ¿Verdad o falacia gubernamental? Ya hablaba Hobbes de ese gracioso animalito llamado Leviatán (alejado de la raíz religiosa del gracioso pececillo en cuestión): Es un gran devorador que tiene que consumir muchos recursos (como un mal sistema operativo) y se alimenta de lo que los ciudadanos, gracias a ese lema de “Hacienda somos todos”, aportan “voluntariamente”. Sí, señores, este Estado-Leviatán de Hobbes se hace cada día más grande, y ha engordado hasta alcanzar proporciones sobre-marítimas, tiene grandes fauces y da un miedo terrible, de tal manera que los buenos ciudadanos (buenos marinos todos) ni siquiera se atreven a adentrarse en los confines del mar.
La leyenda del Leviatán tiene también su contrario: Beemoth. Dice el cuentecito (supongamos que en el Talmud) que será éste el encargado de terminar con el Leviatán. Pero son dos grandes bestias, y no puede fiarse Dios de este segundo monstruo, creado sólo para terminar con el Leviatán. Sí, hermanos: metáforas. Como dijo el bíblico poeta (nótese mi ateísmo de facto): Quien tenga oídos, que entienda.
Nuestro Leviatán se llama Estado, y gracias a este invento para confundir a estúpidos mal llamado “democracia”, tiene unas fauces cada día más poderosas. El Leviatán, incluso, ha alcanzado la sacrosanta capacidad de observar nuestros movimientos, de decirnos qué pensar bajo la sutil amenaza del silencio (ya lo decía Noelle Neumann).
Nuestro Leviatán no está creado por los políticos, pero estos le sirven y obtienen los despojos del monstruo, como esos parásitos que rodean a ciertos mamíferos. No nos engañemos, señores: El Leviatán es el espíritu de nuestro miedo y nuestro más temible conservadurismo. Sí, hemos llegado al más perfecto de sus mundos, un mundo en el que vivimos de despojos y, para colmo, estamos saciados en nuestra mendicidad.
Las masas arguyen incapacidad para enfrentarse a este monstruo pero, a la vez, muestran su estúpida fuerza en manifestaciones sin sentido. Se manifiestan y, así, juntos en hermandad, logran olvidar la gran mentira que es la razón de sus vidas: la miseria. Mientras, culpan a los esbirros del gran Leviatán de los pecados del mundo, esperando que, tras la sustitución de los sirvientes la corrupción cese. Sí, maravillas del bipartidismo, dentro de cuatro años volverán los antiguos esbirros.
El Leviatán no tiene moral, sólo encontrar las copiosas cantidades de alimento diario que necesita para subsistir. Su estómago no tiene fin, alimentémosle hasta que reviente su estómago... ¿tendrá fondo? Sí, ésta parece ser nuestra filosófica resolución.
En un mundo en el que el papel de Aquiles ha dejado de tener sentido, sólo la masa tiene fuerza. Confiemos en ella para derrotar al Leviatán, juntos, unidos en la estupidez. ¿Quién quiere derrotarlo?
Así, hermanos, como diría Alex, hemos vendido nuestra libertad a cambio de un plato de lentejas, de una comodidad mal entendida y malvendido el espectro de nuestro padre rey, verdadero pasado. Hubo un tiempo en el que nuestras conciencias no podrían soportar el peso de una muerte, un tiempo en el que, alejados del mundo, los hombres producían monólogos. Hubo un tiempo en el que un Hamlet libre, perverso ahora, era capaz de preguntar por la esencia de la crueldad y el pecado del hombre.
Ahora, esclavos, nos hemos liberado al fin de la capacidad de pecar, porque hemos entregado al Leviatán la llave de nuestra libertad. Ahora, por fin, nacemos incapaces de pecar: el Leviatán nos ha liberado.
6 comentarios:
Acertado!, muy acertado!
Cuando la mierda del Pretige destrozó Galicia, medio ahogó al Leviatán por unos días y, sin Él, parece que los vecinos se organizaron perfectamente y, hasta que despertó, vivieron sin clases sociales ni división de sexos: tanto hombres como mujeres hacían en las playas la comida mientras los otros limpiaban y luego el turno cambiaba.
Después, el primer político/esbirro llegó y, como siempre, el juego tétrico empezó.
Me ha gustado mucho.
A mí... eso de hacer la comida... No sé...
El estado moderno tal y como lo concebimos ahora surgió como un intento de defender la libertad y los derechos del individuo en un contexto histórico completamente distinto.(Premisa que nuestro común amigo Hegel desaproaría por concebir la libertad indivual "indiscriminada" un concepto vinculado a la sociedad moderna)
No es la "idea" de estado lo que oprime y te programa: son los "hombres de estado" los que han manipulado instrumentalizado la pureza de la idea.
Podeis poner la leyenda del leviatan y no otar cosa !!!!!!!!!!!!
Podeis poner la leyenda del leviatan y no otar cosa !!!!!!!!!!!!
vallase al diablo el puto que escribio esto
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