sábado, mayo 16, 2009
JOYCE, caminando entre gigantes
“Joyce será, sólo y siempre, la esencia de la literatura”
Entre cantos de sirena y mitos y caos y lenguaje y crítica feroz y amable y tenue y viscosa y un lobo que se tiñe sanguinario entre un océano de espuma y palabras. Ulises revolotea entre retruécanos y burlas feroces no sólo al sistema aristotélico-tomista (ya ha comenzado en un primer estadio del particular laberinto del Dedalus joyceiano), sino al canon literario imperante en esa yaciente Europa. Guillermo de Baskerville es a Leopold Bloom lo que Dedalus a Azso de Melk.
El lenguaje y la sátira, como en el propio Quijote, son las armas del autor. Joyce es vulgar y esteta, irlandés sin patria y suizo sin bandera, europeo traicionado por la política con la que siempre se negó a tratar. Guarda en su gabán una vieja patata símbolo de lo que está por llegar, de lo que ha imaginado el ebrio Earwicker. “Here comes everybody”, ya lo antecedía el que un día soñó ser poeta. El Liffey nada en sueños y meses crueles, lo dijo un tal Elliot. El sueño que Penélope no se atreve a vivir fluye y se desvanece sereno en aquella noche del 26 de junio en la que un irlandés conoció a su Anna Livia.
¿Un libro para tener entretenidos cien años a los críticos? Otra “bella mentira” más, una queda aún por decir. Fluyen versos y manan dioses convertidos en mendigos y prostitutas a través del sueño de un libro que son mil y mil que son uno y tres.
Joyce es la ballena blanca que soñamos atrapar y se escapa entre los dedos del canon perdido. Allá vuelve y se aleja y se refleja.
-Sólo una mentira –dijo el sátiro.
Joyce es y será, antes y nunca, la esencia de eso que algunos llaman literatura y que constantemente se esconde tras una narración en su infierno opaco. En un siglo que bebe de las fuentes del caos ahí surge la figura macilenta del que quiso reinar y convirtió una sátira en Historia y sus palabras en las del sabio payaso que da forma a la historia para ser deformada.
Ya sea Bloom o Dedalus o Earwicker, el héroe es ahora un Quasimodo anciano de siglos y cultura y libros y versos y, cansado, recuerda loco que un día estuvo sereno y sobrio y cuerdo, antes de llegar al infierno, mucho antes de pronunciar la palabra que da forma al texto: literatura, sólo literatura… latina y griega y trágica e irónica y sucia y sublime y torcida y sentida y escapada… porque los mejores sueños son los que olvidamos, porque esa melodía que un día escuchamos volverá como la magdalena del francés y los cabellos que se arrastran en un mar de dudas y lamentos y niebla y miedo y palabras y furia.
Ulises es un océano de cultura que se refleja y se gira y da la vuelta; Finnegans’ wake un universo que se mira y vuelve a soñarse en la mente del pervertido. Bloom es Ahab cansado, su viaje ha concluido y Penélope no es más que una prostituta fiel a sus deseos. Dedalus aún lucha contra las palabras y aún resiste con su pierna de madera en la que lleva escritos versos: “A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado”. La senda le llevará a través de un viaje que durará mil siglos, hacia atrás y envuelto en seda hasta encontrarse con su propia piel. Quiere rasgarla y más allá se encuentra con Virgilio transmutado en anciano judío. El viaje está a punto de terminar con mi duermevela eterna, ésa en la que siempre digo sí y en la que ella ha olvidado mi nombre porque son todos sus sueños y son todas mis esperanzas y pieles y palabras… y ella son todas las que han existido y sus cabellos guardan los secretos de las mil almas que nacieron ya encerradas en las palabras del tiempo y la miel y el caos que vuelve desde ese hombre que ya no soy porque anoche me soñé en Ulises.
He despertado muerto, enterrado en un libro que son mil y mil que son uno y tres.
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