Fútbol y baloncesto nos han querido regalar el doble enfrentamiento en las respectivas Copas de los dos equipos más importantes en España. La dualidad Madrid-Barcelona, la dupla eterna de los no tan eternos rivales nos entregan un nuevo capítulo en esta rivalidad que sobrepasa lo meramente deportivo.
Barça: toma fuerza el pan-catalanismo de la mano de un equipo que nunca fue mejor, que está en su mejor momento y en el que el lema de “cualquier tiempo pasado fue mejor” pierde totalmente su sentido.
Real Madrid: ya lo anuncia su título… y es que es real porque representa el centralismo y la unión, el pasado de esas nueve copas de Europa. No son sus mejores tiempos, todo hay que decirlo, pero en un derbi todo es posible.
Y es posible porque más allá de los argumentos deportivos estos dos equipos llevan a sus espaldas, queriéndolo o sin quererlo, un ideal que trasciende lo deportivo.
Los hay, como yo, con el corazón dividido… los hay que defendemos justo la idea contraria del equipo que defendemos en lo deportivo (ya se pueden imaginar). Me tira más el corazón que la cabeza y me niego a pensar que el deporte está metido de lleno en la política y que este Leviatán ha consumido cualquier otro asunto que no le lleve hacia sí mismo. Porque creo que el deporte es tan grande porque es, precisamente, deporte, rey o no o real o mezquino.
Ya lo sabían los griegos, reyes del teatro que hicieron de las Olimpiadas otro gran teatro de la guerra en la que el vencedor no perdía la vida sino que ganaba medallas. Ojalá fuera todo tan fácil, ojalá nadie perdiese nada ni el mundo español girase en torno a las ideas de unos pocos que buscan en el deporte y en la política y en ajedrez y en los toros y en los juegos de cartas y en cualquier empresa que pudieran emprender un mezquino beneficio, el beneficio de los que sólo pueden compensar su falta de talento con la desmedida iniquidad del que nada tendrá y todo deseará, del que todo lo ensucia y nada abrillanta.
Hoy es la final de la Copa del Rey de Baloncesto.
Dejemos que jueguen al baloncesto porque es un deporte y merece todo el respeto.
Y para los que hacen del deporte un juego político, el más mezquino de mis deseos: el olvido.
Barça: toma fuerza el pan-catalanismo de la mano de un equipo que nunca fue mejor, que está en su mejor momento y en el que el lema de “cualquier tiempo pasado fue mejor” pierde totalmente su sentido.
Real Madrid: ya lo anuncia su título… y es que es real porque representa el centralismo y la unión, el pasado de esas nueve copas de Europa. No son sus mejores tiempos, todo hay que decirlo, pero en un derbi todo es posible.
Y es posible porque más allá de los argumentos deportivos estos dos equipos llevan a sus espaldas, queriéndolo o sin quererlo, un ideal que trasciende lo deportivo.
Los hay, como yo, con el corazón dividido… los hay que defendemos justo la idea contraria del equipo que defendemos en lo deportivo (ya se pueden imaginar). Me tira más el corazón que la cabeza y me niego a pensar que el deporte está metido de lleno en la política y que este Leviatán ha consumido cualquier otro asunto que no le lleve hacia sí mismo. Porque creo que el deporte es tan grande porque es, precisamente, deporte, rey o no o real o mezquino.
Ya lo sabían los griegos, reyes del teatro que hicieron de las Olimpiadas otro gran teatro de la guerra en la que el vencedor no perdía la vida sino que ganaba medallas. Ojalá fuera todo tan fácil, ojalá nadie perdiese nada ni el mundo español girase en torno a las ideas de unos pocos que buscan en el deporte y en la política y en ajedrez y en los toros y en los juegos de cartas y en cualquier empresa que pudieran emprender un mezquino beneficio, el beneficio de los que sólo pueden compensar su falta de talento con la desmedida iniquidad del que nada tendrá y todo deseará, del que todo lo ensucia y nada abrillanta.
Hoy es la final de la Copa del Rey de Baloncesto.
Dejemos que jueguen al baloncesto porque es un deporte y merece todo el respeto.
Y para los que hacen del deporte un juego político, el más mezquino de mis deseos: el olvido.
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