Hoy estoy mirando al mar liado con la primera parte de la novela que lleva como título más que provisional La Vieja Sirena. Se trata de una historia de barcos que me tiene liado hace más de dos años pero que, por circunstancias, aún no he terminado. Entre medias, he escrito dos novelas (creo recordar) y un pequeño ensayo sobre la Propaganda que, si ocurriera el milagro de que alguno me siguiera, ya habrá tenido noticias.
Me conecto a internet para buscar información a través de un dispositivo móvil que funciona como un anciano corriendo una maratón (a no ser que el anciano sea uno de esos tipos en zapatillas que ha practicado deporte toda su vida). Es útil pero para buscar cualquier dato se pega diez minutos porque parece que ya me he pasado con el consumo y ahora la compañía ha reducido la velocidad. Sea como fuere, esto me viene bien.
Para que se hagan una idea, mientras escribo este post aún no ha cargado un maldito periódico en el que, se supone, ha salido publicada mi columna semanal.
Odio la playa y a los playeros estos.
-¡Abuelaaaaaa, la tortilla!
Desde la terraza en la que estoy con mi querido portátil no escucho precisamente la balada de Coleridge ni nada que se parezca a nada ligeramente inteligente. Echo de menos mi bar de siempre y a los taxistas. No me gusta tampoco en donde estoy (no diré dónde para no ofender a nadie). Aquí se pasan el día hablando de comida y de dinero. Hay ingleses y esos hablan poco. ¿Se han fijado en que las parejas de ingleses ni siquiera hablan entre ellos? En fin, a mí me parecen un poco raros pero son de trato agradable porque parece (y suele ser verdad) que siempre se han tomado un par de cervezas de más. No soy precisamente de la Liga Anti-alcohol así que les felicito por tan sanas costumbres. Eso sí, los ingleses aguantan bastante menos que los españoles.
Estoy deseando volver a Madrid. No soporto este ambiente.
P.S: en cuanto salga en este ordenador el link de la columna os lo pongo
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