Leyendo el artículo de Juan Manuel Martínez Valdueza "Apelo a Riccobono http://www.yareah.com/magazine/index.php/issue-13-numero-13/126-13-literature-literatura/598-etica-apelo-a-riccobono ), y a la vista del penoso y desagradable gusto en el vestir y en los modales que puedo observar cada vez que tengo la desagradable tarea de dejar mi cálido hogar, me veo en la obligación (moral) (estética) y (“filosófica”) de citar al que (por supuesto) todos hemos leído en nuestra vida más o menos veinte veces: Inmanuel Kant (¿da miedo, eh?).
Me encontraba yo en el mediodía de mi vida en una caverna con sombras, bajo una luz suave.
Kant diferenciaba entre lo bello y lo bueno.
Cito: “El juicio estético reposa de tal manera en fundamentos a priori, y un juicio tal es puro solamente en la medida en que ninguna complacencia meramente empírica se mezcle al fundamento de la determinación del mismo”
(Ni siquiera un erudito de mi talla termina de comprenderlo del todo)
Otros había en la caverna, el fuego nos calentaba.
Dícese, para aclarar: sólo lo bello es susceptible de ser sometido a juicio porque el resto (para Kant) es una verdadera porquería (dícese, lo “agradable” y lo “bueno”, completando así los tres tipos de “complacencias”).
Así, y sin quererlo, tenemos la definición de “lo bueno” vendría determinado por un fin o pretensión (mezclando ya de todo, lo que Platón denominaba “egoísmos enfrentados”). Dícese, ya para los griegos el egoísmo social se correspondía con una especie de ética, aunque sea inferior. Hablan los filósofos precisamente de esa ética enfrentada a otra gran ética, la de la razón, la de la Crítica de la Razón Práctica.
Reza otro lema: “No hay ética sin estética” (lo leí por ahí, caminando por Madrid).
Y otro más: “Lo prescindible y superfluo de la Filosofía como disciplina orientadora de seres y sociedades” (el señor Valdueza).
(¿Ven cuán fácil y divertido resulta recopilar y firmar el artículo al final?).
Y por si no queda claro que este opúsculo se crea con la inteligencia de los demás y la mediocridad del autor: “La única ética que respeto es precisamente la que no sirve para nada, la ética del buen gusto” (Martín Cid).
Y es que me atrevo y oso ponerme en la misma posición de Kant (si bien es cierto de ser consciente de que manipulo sus palabras para decir lo que me apetece): sólo lo bello es susceptible de juicio. Lo bello aporta deleite y es por ello ético en sí mismo porque de lo contrario (y a priori) no sería percibido como bello por el hombre.
Y es que quiero aquí (muchas cas, ¿verdad?) negar la filosofía en general y la filosofía ética en particular como algo orientador de sociedades y seres a la que se refería el señor Valdueza, y quiero también defenderla precisamente en lo que tiene de juego floral y literario. Francamente, me encanta pensar en el mito de la caverna y imaginando a los cavernícolas devorándose unos a otros al no encontrar una solución común a “la cosa en sí” de Heidegger. ¿Quién no lo haría? Me imagino a los cavernícolas filosofando y profiriendo insultos e imprecaciones porque la materia que les atañe bien lo requiere: fue la mujer la que atizó primero.
-¿No tienes nada mejor que hacer? ¡Los niños sin comer y tú aquí bebiendo y filosofando!
El hombre salió con el rabo entre las piernas y el resto se rió, hecho que produjo el lamento de un grupo feminista que estaba al lado:
-¿No respetáis “la cosa en sí” o acaso la ética no nos ha enseñado que esto no es bueno en tanto que no es bello?
No tardaron en convulsionarse los primeros coros y en surgir los primeros garrotazos. Fue una carnicería impresionante en la que saltaron orejas y brazos y había sangre por doquier que manaba a borbotones: la filosofía, la gran filosofía que los hombres habían tenido el gusto de crear y discutir durante siglos, se tornaba más y más violenta y sangrante. Los platónicos llevaban ventaja porque jugaban en casa (la caverna era suya) pero los aristotélicos tenían la metafísica y eso les proporcionaba sobrehumanos poderes. Pero finalmente los kantianos se llevaron la palma y comenzaron a golpear duramente con la Crítica de la Razón Pura. Era un corpulento volumen y la fuerza era descomunal.
Yo pretendí librarme de la muerte aduciendo en que estaba de acuerdo con Kant, pero no les convencieron mis palabras:
-¡Usas al maestro para tu propio beneficio!
Mil kantianos se vinieron a mí y golpearon mi costado y mi rostro. Perdí el sentido a los pocos golpes (es que soy un esteta). Me despedí de aquel extraño sueño intentando responder al señor Valdueza:
-“Bello es lo que es conocido sin concepto como objeto de una complacencia necesaria” (I. Kant).
Y es que, señor Valdueza, aún aprobando su postulado, me niego a abandonar el noble arte de la masturbación mental, también llamada en círculos más eruditos filosofía, como simple ejercicio floral. Como soy un individuo sin ética alguna, dejo esa parcela para otros cavernícolas con mentes más vigorosas.
Yo no diría que fracasé en mi sueño, como tampoco puedo hablar del fracaso de la filosofía, de esa filosofía como imaginación bella autocomplaciente, de esa filosofía que se torna, finalmente, Literatura.
Me encontraba yo en el mediodía de mi vida en una caverna con sombras, bajo una luz suave.
Kant diferenciaba entre lo bello y lo bueno.
Cito: “El juicio estético reposa de tal manera en fundamentos a priori, y un juicio tal es puro solamente en la medida en que ninguna complacencia meramente empírica se mezcle al fundamento de la determinación del mismo”
(Ni siquiera un erudito de mi talla termina de comprenderlo del todo)
Otros había en la caverna, el fuego nos calentaba.
Dícese, para aclarar: sólo lo bello es susceptible de ser sometido a juicio porque el resto (para Kant) es una verdadera porquería (dícese, lo “agradable” y lo “bueno”, completando así los tres tipos de “complacencias”).
Así, y sin quererlo, tenemos la definición de “lo bueno” vendría determinado por un fin o pretensión (mezclando ya de todo, lo que Platón denominaba “egoísmos enfrentados”). Dícese, ya para los griegos el egoísmo social se correspondía con una especie de ética, aunque sea inferior. Hablan los filósofos precisamente de esa ética enfrentada a otra gran ética, la de la razón, la de la Crítica de la Razón Práctica.
Reza otro lema: “No hay ética sin estética” (lo leí por ahí, caminando por Madrid).
Y otro más: “Lo prescindible y superfluo de la Filosofía como disciplina orientadora de seres y sociedades” (el señor Valdueza).
(¿Ven cuán fácil y divertido resulta recopilar y firmar el artículo al final?).
Y por si no queda claro que este opúsculo se crea con la inteligencia de los demás y la mediocridad del autor: “La única ética que respeto es precisamente la que no sirve para nada, la ética del buen gusto” (Martín Cid).
Y es que me atrevo y oso ponerme en la misma posición de Kant (si bien es cierto de ser consciente de que manipulo sus palabras para decir lo que me apetece): sólo lo bello es susceptible de juicio. Lo bello aporta deleite y es por ello ético en sí mismo porque de lo contrario (y a priori) no sería percibido como bello por el hombre.
Y es que quiero aquí (muchas cas, ¿verdad?) negar la filosofía en general y la filosofía ética en particular como algo orientador de sociedades y seres a la que se refería el señor Valdueza, y quiero también defenderla precisamente en lo que tiene de juego floral y literario. Francamente, me encanta pensar en el mito de la caverna y imaginando a los cavernícolas devorándose unos a otros al no encontrar una solución común a “la cosa en sí” de Heidegger. ¿Quién no lo haría? Me imagino a los cavernícolas filosofando y profiriendo insultos e imprecaciones porque la materia que les atañe bien lo requiere: fue la mujer la que atizó primero.
-¿No tienes nada mejor que hacer? ¡Los niños sin comer y tú aquí bebiendo y filosofando!
El hombre salió con el rabo entre las piernas y el resto se rió, hecho que produjo el lamento de un grupo feminista que estaba al lado:
-¿No respetáis “la cosa en sí” o acaso la ética no nos ha enseñado que esto no es bueno en tanto que no es bello?
No tardaron en convulsionarse los primeros coros y en surgir los primeros garrotazos. Fue una carnicería impresionante en la que saltaron orejas y brazos y había sangre por doquier que manaba a borbotones: la filosofía, la gran filosofía que los hombres habían tenido el gusto de crear y discutir durante siglos, se tornaba más y más violenta y sangrante. Los platónicos llevaban ventaja porque jugaban en casa (la caverna era suya) pero los aristotélicos tenían la metafísica y eso les proporcionaba sobrehumanos poderes. Pero finalmente los kantianos se llevaron la palma y comenzaron a golpear duramente con la Crítica de la Razón Pura. Era un corpulento volumen y la fuerza era descomunal.
Yo pretendí librarme de la muerte aduciendo en que estaba de acuerdo con Kant, pero no les convencieron mis palabras:
-¡Usas al maestro para tu propio beneficio!
Mil kantianos se vinieron a mí y golpearon mi costado y mi rostro. Perdí el sentido a los pocos golpes (es que soy un esteta). Me despedí de aquel extraño sueño intentando responder al señor Valdueza:
-“Bello es lo que es conocido sin concepto como objeto de una complacencia necesaria” (I. Kant).
Y es que, señor Valdueza, aún aprobando su postulado, me niego a abandonar el noble arte de la masturbación mental, también llamada en círculos más eruditos filosofía, como simple ejercicio floral. Como soy un individuo sin ética alguna, dejo esa parcela para otros cavernícolas con mentes más vigorosas.
Yo no diría que fracasé en mi sueño, como tampoco puedo hablar del fracaso de la filosofía, de esa filosofía como imaginación bella autocomplaciente, de esa filosofía que se torna, finalmente, Literatura.
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